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| El apuesto rey |
Hace ya algunas centurias, en los tiempos de los reyes y castillos. Existía un rey muy apuesto en busca de esposa.
Y a su palacio asistieron las muchachitas más hermosas; casi niñas… algunas si, de entre nueve y diecisiete años. Algunas venían de otros reinos, pues los reyes de aquellos castillos también deseaban ser reconocidos por este rey para obtener más poder.
Muchas, a parte de su belleza, tenían mucho oro, grandes riquezas en si, pero ninguna le llenaba el ojo al especial rey.
En ninguna encontraba ese requisito para llenar ese vacío que tenía.
En un día como cualquier otro, llegó una mendiga al reinado y con algo de batalla logró conseguir hacerse notar para obtener una cita con el rey, donde le explicaría por qué él debería de elegirla a ella como esposa.
–No tengo nada material que ofrecerte, sólo puedo darte el gran amor que siento por ti.–
Le dijo al rey.
–Si me permites, puedo hacer algo para demostrarte ese amor.–
Dijo como consiguiente a sus anteriores palabras.
Aquellas palabras, despertaron en el rey cierta curiosidad.
–Haber, dime qué es eso que puedes hacer para demostrarme tu amor.–
Éste le dijo.
–Pasaré cien días en tu balcón, sin comer, ni beber nada, expuesta a la lluvia, al sereno, al sol y al frío de la noche. Sólo por ti.–
Dijo la mendiga.
–Si puedo soportar estos cien días, entonces, me harás tu esposa.–
Agregó a sus anteriores palabras.
Con algo de incredulidad y un gesto de ‘ese sacrificio es imposible de lograr’, el rey quedó de acuerdo con aquél pacto.
–Acepto el reto. Si hay una mujer que pueda hacer todo eso por mi, entonces; ella es la indicada para mi.–
Le dijo el rey.
Entonces; cerraron el trato.
La mujer mendiga inició su sacrificio.
Los días comenzaron a transcurrir y la mendiga, con el objetivo en mente soportaba toda clase de clima; lluvias, el frío de la noche, el sereno…
… En muchas ocasiones sintió desfallecer por el hambre y el frío.
Cuando llegaba a su mente la idea de rendirse, entonces; se imaginaba el gran premio que iba a obtener al finalizar los días del sacrificio.
Algunas veces, el rey asomaba la cabeza por la ventana y la miraba, cuando ella volteaba a verlo, él le hacía con la mano apuñada y el pulgar hacia arriba, señas de ánimo.
El tiempo transcurría y como consecuencia los días también; veinte, cincuenta, setenta días.
La plebe quería una reina y se sentían identificados con la mendiga, que; estaba haciendo el esfuerzo más fuera de lo ordinario para ellos.
Ya iban noventa días, el rey asomaba su cabeza para ver como se encontraba la… futura reina, acto seguido; la animaba con el pulgar de su mano.
–Ésta es la mujer más increíble que haya conocido en toda mi vida.–
Se decía el rey para sí mismo.
En el penúltimo día, toda la gente se comenzaba a reunir a las afueras del palacio del rey para ver lo sucedido posteriormente del sacrificio.
Querían saborear el momento en que ‘esa mendiga’ fuera coronada como reina del castillo y esposa del rey.
El día acordado estaba por llegar, los cien días iban a transcurrir.
El día cien ya estaba por terminar. Ya eran las diez de la noche, faltaban dos horas para que pasara el día 100.
A las doce de la noche iba a ser coronada.
La sufrida mujer se encontraba en pésimo estado físico, muy demacrada y con algunas enfermedades.
Justo a las once de la noche del día número cien, la mendiga se rindió y optó por salir del palacio para ir con rumbo a su casa.
Con tristeza levantó la mirada dirigiéndola hacia el estupefacto rey, y sin decir más se fue.
La plebe estaba con el signo de pregunta en la cara. No podían comprender que haya pasado tanto tiempo, soportando las inclemencias del clima y a sólo una escasa hora decidiera no continuar con el sacrificio.
–¿Por qué una mujer que soportó tanto, estando a una hora de ver sus sueños realizados optó por no continuar?–
Se decían entre ellos.
Su padre, quien para ese entonces ya estaba más que enterado de lo sucedido, le preguntó a su hija:
–¿Por qué a una hora de terminar con tu pacto te rendiste?–
A lo que su hija le contestó:
–Estuve noventa y nueve días y veintitrés horas en su balcón, soportando todo tipo de calamidades y no fue capaz de liberarme de ese sacrificio. Me veía padecer y sólo me alentaba a continuar, sin mostrar siquiera un poco de piedad ante mi sufrimiento. Esperé todo este tiempo un atisbo de bondad y consideración que nunca llegaron.–
Y continuó diciendo:
– Entonces entendí: una persona tan egoísta, desconsiderada y ciega, que solo piensa en sí misma, no merece mi amor.–
La moraleja de este cuento dice que cuando quieras mucho a una persona y sientas la necesidad de hacer muchos sacrificios por ella o él; hasta rogarle, aunque te duela es mejor retirarte.
No por el hecho de que las cosas se compliquen, sino porque quien no te valora como eres, es porque en si, no te quiere.
Si no da lo mismo que nosotros damos, entonces no te quiere… no te merece.
En lo personal, la historia no es mía y la modifiqué para efectos de SEO, así como todas las historias del blog.
No es por nada pero eso, en la vida real no se puede lograr. Cien días sin comer, es imposible, a lo mucho se duraría dos o tres semanas. Aunque se puede aguantar hasta 40 días.
Sin beber agua se han durado hasta 18 días, pero; cien días no creo.
Nosotros somos muy realistas, sólo que en esta ocasión les dimos un giro a nuestros artículos.
Esperamos que les haya gustado.
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