El Demonio viene por lo que es suyo. |
A la Iglesia del pueblo iba un niño acompañado con intensión de confesarse.
Al llegar a la Iglesia, ve que la puerta está abierta, era la hora en que las puertas debían permanecer abiertas para la gente del pueblo.
–¡Señor Padre, he cometido pecado! He cometido un robo.–
Dijo el pequeño.
–Bueno hijo mío, ¿qué pecado puede haber cometido un infante como tu para venir hasta la Iglesia, tomar fila y confesármelo?–
Dijo el Padre con las manos un tanto sudadas.
–Entre mis amigos y yo, vimos como un hombre, con algo de esfuerzo y entre mañas, abrió la puerta de un auto, cogió un maletín para irse por donde estábamos nosotros escondidos. Mao le golpeó tan fuerte que cayó inconsciente, tomó el maletín y salimos corriendo de ahí.–
Confesó el niño.
–Pero; ¿qué contenía el maletín?–
Preguntó el cura.
–Mao dijo que eran como cien mil Euros–
Dijo el pequeño.
–Mira mijo, el robo es uno de los diez mandamientos que están prohibidos. Afortunadamente haz caído en buenas manos. Ven conmigo al cuarto de al lado, te haré una limpieza por dentro, te va a incomodar un poco, pero; es por tu bien… quítate la ropa.–
Le dijo el Padre al niño.
Mientras el infante se iba deshaciendo de su ropaje un tono oscuro iba manifestándose en su piel, pero el cura lo atribuía a su ceguera por la vejez.
–Yo me voy a encargar de limpiar tu cuerpo y alma de todos tus pecados.–
Le dijo el padre con su cara llena de maldad y lujuria.
Cuando, de pronto vio a al monstruoso Demonio en que se había convertido el niño.
El Padre no se percataba de lo que estaba sucediendo, de como ese pequeño conforme se iba quitando la ropa se transformaba en una horripilante criatura y cuando estaba sin ningún trapo en el cuerpo, éste ya no era ese niño inocente que hace unos momentos había entrado por la puerta de la Iglesia.
Si; el cura de la Iglesia era un pedófilo que por su puesto; pasaba desapercibido para la gente y a quienes victimizaba los sabía tratar tan bien, sabía que decirles para que no hablasen.
El padre quedó boquiabierto, con el cuerpo inmóvil del miedo cuando vio aquella figura emblemática del averno que le dijo:
–Vengo por usted padre.–
A lo que el cura le replicó:
–No puedes hacerme eso. Ésta es la casa del Señor y tú no puedes estar aquí.–
A lo que el Demonio le respondió:
–En la puerta de enfrente de la Iglesia, hay un ángel, tengo su permiso para entrar cuando yo quiera a la Iglesia y llevarme lo que me pertenece, tu alma ya está maldita de tantos niños que te haz cogi...–
–Pero qué palabras son esas que haz dicho, y en la casa del Señor.– Dijo el padre entre tartamudeos.
En el aire y pegado al suelo, frente a ellos se abrió un portal; un agujero negro con luces y sombras tenebrosas en el fondo. El Demonio lo agarró y lo arrastró al Infierno.
Aquél ángel, que aún permanecía al lado de la puerta frontal, había escuchado todo y pensó:
Lo que el padre dijo es cierto; esta es la casa del Señor y el Demonio no tiene derecho a entrar. Pero si quien daba las misas y escuchaba las confesiones de la gente del pueblo es uno de ellos, y se hace pasar por vicario de Dios, no veo por qué no puede entrar otro para llevarse a su sitio al que aquí está.
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