Hola estimados suscriptores, amantes de lo oscuro.
Hace días, antes de Halloween, vimos un artículo sobre historias urbanas de Japón; la tierra por excelencia de las leyendas oscuras que tanto nos piden.
Nuestro destino es en si Kiyotaki, a orillas del río Gotanda.
Esta vez hablaremos de la historia del túnel más terrorífico del mundo, el túnel Kiyotaki.
Para situarnos en la historia, este túnel se construyó en 1927 y tiene una longitud de 444 metros.
Esto es importante porque, como ya sabes; en algunas culturas orientales, el número cuatro es considerado maldito (y yo que lo tengo como número de buena suerte, en especial el 4444).
Los relatos cuentan que por la noche pueden aparecer fantasmas y que éstos incluso se montan en los automóviles que pasan para asustar a los pasajeros, provocando fatales accidentes.
Dentro también existe un espejo, en el que si te miras y ves un fantasma, sufrirás una muerte terrible.
Esta es la narración de Goro Hotaka, antiguo jefe de los encargados del mantenimiento diurno del túnel, ya que pasadas las nueve de la noche nadie se atreve a entrar.
Goro solía salir de trabajar sobre las ocho y media, pero aquél día un fallo en el sistema eléctrico dejó sin luz el pasadizo. Debido a su puesto, el superior tenía que cumplir con sus obligaciones y ser quien quedase a resolverlo, ya que es un pasaje extremadamente peligroso.
Después de cinco años trabajando allí y no haber encontrado nada extraño, aunque con un poco de mala espina, decidió realizar su labor aun sabiendo lo que las leyendas afirmaban.
A las nueve y cuarto, se encontraba trasteando el cuadro de fusibles, cuando escuchó un fuerte golpe y cristales rotos a su espalda.
Resultó ser un coche que se estrelló contra el único espejo del túnel. Rápidamente, intentó llamar a una ambulancia, pero no tenía cobertura allí dentro.
Escuchó murmullos donde sólo veía humo, llamas y lo que parecía ser una persona que movía la mandíbula intentando gritar. Se decidió a ayudar en lo que pudiera, pero cuando llegó, la puerta estaba completamente atascada, y cada vez el fuego era mayor.
Tenía que buscar una manera de romper la ventanilla, pero sus herramientas estaban pasando la carretera.
Miró hacia el suelo, desesperado y encontró uno de los gruesos cristales que habían caído del espejo. Agarró uno de tamaño aceptable con forma triangular y decidido a golpear la ventanilla con uno de los picos.
Observó el cristal y le pareció ver algo raro moviéndose detrás suyo.
Volvió a fijar la vista en el reflejo, y distinguió claramente a pesar de su mirada nerviosa y borrosa; una figura justo en su hombro izquierdo.
Asustado, se dio la vuelta y… no vio nada.
Se frotó los ojos pensando que estaba delirando.
Una vez más y teniendo en cuenta que era muy probable que el coche explotara en poco tiempo, golpeó la ventanilla cortándose con el fragmento que tenía en el puño.
Volvió a mirar el cristal ensangrentado en su mano cuando, esta vez tras su otro hombro, apareció la figura que había observado antes, sólo que en esta ocasión mucho más nítida.
Se le acercó al oído lentamente y comenzó a susurrar: tres…, dos…, uno…
Entonces; sonó la fuerte explosión.
Despertó en el hospital sólo tres noches después. Cuando miró hacia abajo, notó que le habían tenido que amputar las piernas y que no volvería a andar.
Dejó el trabajo, no volvió a salir de casa y quitó todos los espejos a su alrededor, temeroso de reencontrarse con aquel rostro que nunca pudo olvidar.
Goro Hotaka tuvo suerte, normalmente quien se mira en el espejo del túnel Kiyotaki y ve un fantasma sufrirá una muerte horrible.
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