Bienvenidos a una nueva historia de terror amigos. En esta ocasión nos vamos a poner románticos para contarles una trágica historia de amor.
La oscura leyenda de dos enamorados que cubrió de muerte el rincón de una bella localidad en Latinoamérica. El callejón del beso, en la ciudad de Guanajuato.
Situada en el centro de México, a unos trescientos cincuenta kilómetros de la capital, es una villa tradicional llena de encanto, sobre todo en su centro histórico.
Cruzada por callejuelas empedradas y repleta de bellos edificios coloniales y escalinatas, el lugar es un auténtico laberinto.
Hay un famoso callejón que tiene la peculiaridad de medir solo sesenta y ocho centímetros de ancho y sus balcones están casi pegados. Allí las parejas siempre se detienen en el tercer escalón para darse un beso de amor.
La tradición dice que los que lo hagan, disfrutarán de su romance para toda la vida. Surge de una leyenda antigua, de la época colonial.
Cuenta que en ese mismo callejón vivía una bella muchacha, Doña Carmen, hija única de un hombre avaro e intransigente. No dejaba que ningún pretendiente se acercara a ella y la mantenía encerrada en casa, sin poder disfrutar de su juventud.
Algunos dicen que era porque en el pueblo vivían muchos mineros y no quería que su hija se enamorase de uno de ellos. Sólo cedería su mano a algún exitoso comerciante o cualquiera con riquezas. Pensar que podría juntarse con un simple aldeano sin recursos le llenaba de ansiedad.
Otras versiones cuentan que la mantenía alejada de otros hombres sólo para que se quedase en casa y cuidara de él en su vejez.
Únicamente la dejaba salir los domingos para asistir a misa, acompañada de su nana Doña Brígida, una vieja señora que la amaba y cuidaba como si fuera su propia hija.
En una de estas salidas, fue cuando conoció a Don Luis, un galante pero humilde minero y se enamoraron al instante, Se veían en el templo, a escondidas del padre y con la complicidad de Doña Brígida.
Pero un día en que el joven cortejaba a Doña Carmen, ofreciéndole agua bendita de sus manos, fueron descubiertos por el amargado anciano.
Éste la encerró en casa, asegurando que la mandaría a España a casarse con un viejo y rico noble, cuya fortuna sería una ayuda para el patrimonio cada vez menor de la familia.
La doncella aceptó sumisa su encierro, siempre en compañía de su fiel nana. Lloraba desde el balcón de su habitación y Doña Brígida le prometía que nunca permitiría que la llevasen a España en contra de su voluntad.
Don Luis se enteró de dónde vivía y acudía a escondidas de noche para dedicarle dulces serenatas que terminaron de enamorarla. También empezaron a intercambiar cartas en secreto, con la complicidad de la nana. Pero aún así era inútil. Estar separados se les hacía insoportable.
Un día, al pasar por el callejón, el enamorado pudo ver que el balcón de la habitación de Doña Carmen casi se rozaba con el de la residencia de enfrente, quedando a escasos centímetros de distancia. Se dio cuenta de que tenía la posibilidad de volver a estar cerca de su amada si compraba esa casa vecina.
Le hizo varias ofertas a su dueño para comprarla, pero recibió constantes negativas. Finalmente el precio fue tan alto que tuvo que dar el patrimonio de toda su vida a cambio.
Pero valió la pena cuando al salir al balcón y extender su mano, pudo tocar con los nudillos la ventana de enfrente.
La sorpresa de Doña Carmen fue enorme cuando al asomarse se vio a tan corta distancia del hombre de sus sueños. Allí mismo se juraron amor eterno y prometieron pasar cada noche juntos, sellando el pacto con un apasionado beso.
Con el paso de los días, el padre de la muchacha notó el cambio de actitud en ella y sospechó que algo pasaba. Decidió a espiarla de noche, cuando se fuese a dormir y así descubrió como salía al balcón y se rendía a los brazos de Don Luis.
Lleno de rabia, tomó un puñal afilado y se dirigió a su habitación. Tuvo que forcejear con Doña Brígida, que se jugó la vida por impedir que entrase, defendiendo a su prometida. Pero finalmente el anciano se deshizo de ella de un empujón, arrojándola contra la pared y fue directo al balcón.
Separó también a los dos enamorados y con furia clavó el puñal en el corazón de su propia hija, que lo observó con una mirada vacía. Emitió un alarido de dolor y se desplomó sobre el balcón.
Don Luis, que enmudeció de espanto, la agarró entre sus brazos y la notó fría e inerte. Con lágrimas en los ojos, se inclinó para besar por última vez sus pálidos y fríos labios. Después de aquello, no pudo soportar seguir viviendo y se arrojó a la boca del pozo más profundo que había en la Mina de la Valenciana, cerca de la ciudad.
Desde entonces, se cuenta que algunas noches se puede ver el espíritu de los dos enamorados, que regresan para reencontrarse y revivir su amor. Una pasión que sobrevive al paso del tiempo y a la muerte en el callejón del beso.
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