Leyenda de la bruja de Coyoacán. |
Bienvenidos a un nuevo artículo de terror, amigos.
Últimamente nos piden mucho en los mensajes que retomemos las leyendas populares, y no podíamos retrasarlo más.
Así que hoy vamos a viajar hasta Ciudad de México, concretamente a Coyoacán para contarles su mito más terrorífico.
Este barrio es uno de los más clásicos de la capital, y encierra un sinfín de misterios antiguos.
Entre sus calles empedradas podemos toparnos con jardines, iglesias, museos y otros edificios de la época colonial en los que han quedado las huellas de terribles acontecimientos pasados.
En aquel tiempo Coyoacán era un bello pueblo situado en la periferia de la ciudad, donde los ricos hacendados viajaban para pasar sus vacaciones y relajarse.
Pero ya entonces por sus calles corrían aterradores rumores acerca de una peligrosa figura. Una bruja malvada que vagaba antes del amanecer buscando víctimas infantiles a las que atacar y chuparles la sangre.
Entretanto había un apuesto joven, el soltero más codiciado del pueblo, que se enamoró de una bella y sencilla mujer, cuyo origen nadie conocía.
La gente inventaba cosas sobre ella y le advirtieron de que no era una buena persona, que ocultaba algo y que seguramente era practicante de la brujería.
Pero él, dejándose llevar por su corazón, hizo caso omiso de los chismorreos. Siguió cortejándola durante meses, hasta que un día ella accedió y se casaron.
Su matrimonio comenzó de maravilla. Además de hermosa, era muy hábil en las tareas del hogar y una excelente cocinera.
El joven marido estaba encantado, el único inconveniente era que todos los días se empeñaba en guisar el mismo plato, moronga o morcilla.
Esto empezaba a sacar de sus casillas al recién casado, y un día lo comentó con su mejor amigo. Este le aconsejó que tuviera paciencia y le preguntase el por qué a su esposa directamente.
Cuando llegó a casa y empezó a percibir el olor a moronga guisada, el hombre encaró a su mujer y la interrogó sobre esta obsesión.
Ella se disculpó explicando que su padre era el dueño de la carnicería del barrio, y todo lo que no se vendía se repartía cada día entre los hijos. Al hermano mayor le tocaban las vísceras. A la siguiente hermana, las patas. Y a ella, la sangre.
El hombre se disculpó con su esposa y le agradeció los esfuerzos que hacía cada día. Pero cuando volvió a ver a su amigo, este estaba muy alterado.
Había estado investigando en el pueblo y le habían dicho que la mujer realmente era una bruja. Y que las morongas las hacía con la sangre de los niños a los que atacaba cada noche.
El marido hizo oídos sordos una vez más a las habladurías, pero su amigo le insistió para que permaneciera despierto esa noche y la espiase.
Regresó a su hogar dándole vueltas a la cabeza y fue incapaz de dormir. Para su sorpresa, al cabo de unas horas su mujer se levantó y caminó hasta la chimenea. Él la siguió sigilosamente, y pudo contemplar algo tan aterrador como inexplicable.
Su esposa comenzó a quitarse su propia piel, como si fuese un traje, quedándose simplemente en una llameante bola de fuego, que salió disparada por el hueco de la chimenea.
Al recuperarse del shock, el hombre se derrumbó entre lágrimas al ver que la felicidad de su matrimonio se había hecho añicos.
Finalmente se puso en pie e hizo lo único que se le ocurrió en ese momento. Intentando contener las náuseas, recogió del suelo la piel que había dejado la bruja y la arrojó al fuego, donde se consumió lentamente.
Unas horas después, cerca del amanecer, observó escondido cómo la bola de fuego regresaba al hogar y se ponía a buscar su piel, dando vueltas por la habitación.
Parecía asustada y se desesperaba a medida que el tiempo pasaba y no la encontraba, hasta el punto de gritar y azotarse contra las paredes.
Finalmente llegó el amanecer. Los primeros rayos de luz asomaron por el horizonte y entraron por las ventanas de la casa.
De repente el fuego comenzó a perder fuerza y consumirse, como si algo lo estuviera apagando. Hasta el punto en que finalmente se desvaneció en una columna de humo, con un desgarrador grito final. Y desde entonces ninguna persona viva ha vuelto a ver nunca más a la bruja de Coyoacán.
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