Lulú

Lulú
Lulú.

Todo comenzó con otro viaje de campamento familiar. Mi hermano Andy, mis padres, mi tía Laura, mi tío Ben y yo. Siempre planeábamos una aventura anual para acampar en las montañas cercanas. 

Cada año nos gustaba ir un poco más alto y un poco más lejos. 

Llegamos y montamos la tienda en una llanura cubierta de hierba, era bastante agradable y tranquilo. Parecía increíble que sólo estuviésemos a unos pocos kilómetros de la vida urbana. 

La única parte que no me gusta de estos viajes es que no hay baño. Así que si necesitabas un poco de tranquilidad, tienes que llevar una pala y esperar a que no te piquen las hiedras venenosas. 

Estaba atardeciendo y ya teníamos todo listo, el fuego crepitaba en la hoguera, me dieron ganas de hacer del baño, así que le dije a mi madre que me iba hasta la arboleda. 

–Pero no te alejes demasiado, que la cena está casi lista.– 

Me dijo mi madre y yo asentí desde lejos. 

Me adentré en el frondoso bosque e hice mis cosas. Una vez terminado, me subí los pantalones e inicié el camino de regreso, pero justo cuando estaba a punto de salir, vi algo por el rabillo del ojo. 

Volví la cabeza y en una estancia, a unos pocos metros de distancia, había una muchacha. Tenía curiosidad así que decidí acercarme. 

Ella tenía el pelo negro, largo y desordenado, recogido en dos coletas. No parecía mucho mayor que yo, unos trece o catorce años. 

Llevaba un vestido plisado desgarrado, pero sin zapatos y sus piernas estaban cubiertas de rasguños. 

–Hey– la saludé, acercándome a ella. Poco a poco se giró hacia mi. Tenía un flequillo negro que le cubría medio rostro. 

–Mi nombre es Rubín–, le sonreí –¿Cuál es le tuyo?– 

Una niebla la rodeó mientras ella se quedó en silencio, apenas podía ver los árboles alrededor. La oí susurrar. 

Lulú– –¿Lulú? Es raro pero es un nombre lindo ¿dónde vives Lulú?– 

Miré a mi alrededor, era difícil ver algo. Además era ya casi de noche. 

–Puedo llevarte si quieres– Murmuró tomando mi mano. Su piel era suave, incluso con los rasguños, pero estaba muy fría. Me paralicé durante unos segundos. 

No sabía si debía ir con ella o no. La volví a mirar, me dejé llevar y la seguí. 

Fuimos por un sendero de tierra que estaba atestado de hojas secas y ramas caídas. En ese momento sólo me fijé en ella y no en el hecho de que estábamos caminando a ciegas en la niebla. 

Se las arregló para conducirnos a una vieja casa abandonada de dos pisos. Allí la niebla era aún más espesa. 

Nos sentamos en el porche a contemplar la oscuridad. 

–¿No tienes miedo… ya sabes, de vivir aquí tu sola en el bosque? 

Ella abrazó sus rodillas magulladas y mantuvo sus ojos ocultos

–En realidad no, incluso; con los hombres altos, asesinos y monstruos de cuatro patas, nunca estoy asustada. Nadie me visita de todos modos.– 

Explicó bajito. Me sorprendió su respuesta. Por un momento pensé que estaba loca, pero; parecía que llevaba viviendo allí bastante tiempo. 

–Pero ¿de dónde eres?– 

–De un lugar lejano y oscuro. No me gusta mucho la oscuridad, las cosas malas suceden allí.– 

Ella tembló por un momento y luego se quedó en silencio. 

–¿Por qué te tapas la cara?– 

Le pregunté después de sentir un escalofrío. –Quiero verte.– 

–No me gusta que la gente vea mi cara.– Otro silencio misterioso llenó el ambiente. 

Entonces me aclaré la garganta… –Ejem. ¿Cuándo crees que se irá la niebla? Tendré que regresar al campamento antes de que mis padres se preocupen.– 

La miré y ella se puso de pie. De repente sentí algo extraño en ella, una sensación triste y demoníaca me abrumó. 

–¿Tienes hambre?– Preguntó ella caminando hacia la puerta. 

–Si.– Me puse de pie, listo para seguirla al interior de la casa. Dentro todo estaba muy cuidado, las ventanas estaban limpias y el sofá parecía cómodo. 

Había luces encendidas en la zona de la cocina, me senté en el sofá. Ella entró en el salón con un plato de sopa y una cuchara de plata brillante. 

Lo puso en mi regazo y fue a buscarme una servilleta. Luego desapareció subiendo unas escaleras. 

Me senté sólo a tomar mi sopa. Estaba calientita y me sentó bien. Comí pensando en mis padres. Llevaba fuera mucho tiempo, pero no nos habíamos alejado demasiado del campamento. 

–¿No debería escuchar a mis padres gritando por mi nombre? Deberá ser capaz de oírlo desde aquí.– 

Aunque todo se volvió raro desde que la niebla apareció. 

Me quedé lleno después de comer la sopa y en seguida me entró el sueño. Dejé el plato y la cuchara en la mesa y me tumbé en el sofá. 

Sólo podía pensar en la chica, ¿dónde se había metido? Entonces me quedé dormido, me desperté en la oscuridad de la noche por un fuerte grito que venía como del sótano. 

Me levanté del sofá y miré a mi alrededor. 

Sólo se oía el crujido de las tablas de madera. 

Miré la mesa pero los platos ya no estaban. 

–Supongo que Lulú se los llevó.– 

Cerré los ojos de nuevo, tenía mucho sueño. Estaba ya casi dormido cuando de repente me sobre salté de nuevo por un grito. 

Esta vez estaba seguro de que no era cosa de mi imaginación, ¿qué pasa si Lulú estaba en peligro? 

Necesitaba asegurarme de que estaba bien. No podría soportar que le hubiera pasado algo malo. 

Entonces, empecé a buscar por toda la casa buscando el sótano. 

Cuando agarré la manija de la puerta, una frialdad espeluznante recorrió lentamente mi cuerpo. No quería abrir, pero me armé de valor. 

Detrás de la puerta estaba oscuro, debía bajar una escalera, me tapé la nariz, un olor fétido me invadió, mientras bajaba el mal olor era cada vez más fuerte. 

Mi estómago comenzó a agitarse y mis ojos se humedecieron, olía a podrido. Encontré un interruptor y lo pulsé, el sótano estaba ahora completamente iluminado. 

En la esquina de la habitación había otra puerta cubierta de moho. 

¡Lulú!– Grité, mirando a mi alrededor. No hubo respuesta, ¿dónde podría estar? –¡Lulú!– Grité más fuerte, con más ansia que antes. 

Agarré el pomo de la puerta de la esquina y la abrí –¡Lulú?– Lo que había visto en esa habitación me hizo vomitar. 

Había un cuarto entero de cuerpos. 

Cuerpos podridos en descomposición. Había hombres y mujeres tendidos sobre el suelo. Todos tenían en común que ninguno de ellos tenía ojos. Sólo había cuencas vacías mirando a través de mi, no podía soportarlo. 

Me giré y allí estaba Lulú, tenía las piernas y los brazos cubiertos de sangre, me quedé horrorizado, deseaba que todo esto fuera una pesadilla, que nada fuera real. 

–Haz visto demasiado– 

Ella me miró y sacudió su cabello moviéndose para revelar su rostro, no tenía ojos

–¡Tu… tu cara...!– 

Me aparté rápidamente y tropecé contra unas herramientas que estaban tiradas en el suelo, tocó mi cara suavemente con su mano. 

–No puedes ver mis ojos en este momento– 

Dijo con una pequeña sonrisa. –Pero yo los tengo– Me quedé helado. 

Mi corazón estaba latiendo intensamente. Apenas podía respirar. 

Lulú se apartó todo el pelo de la cara, manchándola con la sangre de sus manos. –¿Ves?– La piel alrededor de las cuencas comenzó a desgarrarse y sangrar. Parecía tan triste, tan herida. 

–Ahora que lo haz visto– Ella extendió su mano hacia mi y yo la golpeé. 

–¡Aléjate de mi, no me toques!– La empujé y torpemente corrí por las escaleras oscuras. Ella me siguió. 

–¡Haz visto demasiado!– Repitió mientras me seguía. –¡Dame tus ojos!– 

Miré hacia atrás, estaba de pie en el porche, yo seguí corriendo hasta que tropecé con una rama y caí por una pequeña colina. 

Me golpeé el brazo contra una roca y grité de dolor. Ella apareció frente a mi, puso sus manos a pocos centímetros de mi cara. 

Le di una patada y escapé. No paraba de gritar que le diera mis ojos y me siguió corriendo. La sangre brotaba de la pequeña abertura en mi brazo. 

Entonces, ahí fue cuando me di cuenta de que estábamos de nuevo en el estanque donde la había visto por primera vez. 

Eso significaba que mis padres no estaban muy lejos. Corrí rápido hasta que llegué al campamento. Mi familia se sobresaltó. Estaba mareado y cansado, vi a mi madre, se veía tan preocupada, la niebla había desaparecido, ya estaba a salvo, me desmayé. 

Me desperté en un hospital con mi madre al lado de mi cama. Tenía escayolado el brazo. 

Ella se inclinó para darme un beso en la frente. 

–Estoy tan contenta de que estés bien, te fuiste cinco minutos para ir al baño y vuelves con un brazo roto y magulladuras, ¿me explicas que estabas haciendo?– 

–¡Cinco minutos? ¡Sólo cinco minutos? ¡Me… me había ido sólo cinco minutos? ¡Pero la chica, la niebla, la casa y los cuerpos! ¿Había sido un sueño?– 

–¿De qué estás hablando hijo? No hay casas en la zona y ayer no hubo niebla en la montaña.– 

–Yo estaba seguro de haber visto la niebla y a la chica. Había tocado mi mano, me dio de comer y los cuerpos ¿Qué me estaba pasando?– 

Me dieron de alta en el hospital y nos fuimos a casa por fin. Por la noche la niebla se levantó, pero no me pareció raro, era normal en la zona. Puse el despertador, me acosté y cerré los ojos. La casa estaba en silencio. 

La imagen de la chica era clara en mi mente. Tomé una respiración profunda, cuando oí un susurro espeluznante. 

¡Dame tus ojos!
 

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