El cumpleaños, historia urbana |
Tras muchos abriles de haber llegado a la mansión en la que vivía con mis papás, he pensado con delicadeza en mudarme de aquí.
Cuando les hice saber mi intención a mi familia, mis hijos se alegraron, sobre todo el menor, quien tenía la habitación en la que dormía todo el tiempo.
En días pasados cumplimos ya otro año en este lugar y mi pequeño hijo está horrorizado. Nos comentó que no quiere dormirse en mi cama.
Esto es porque cada 25 de agosto, mi pequeño hijo mira una persona entrar a la mansión.
Hasta aquí todo está normal, bueno; no tan normal, el punto es que, solamente lo hace una vez por año.
Por eso, tomé la decisión de mandar a mi hijo con su madre y yo me voy a quedar en mi vieja cama.
Ya es media noche y no ha pasado nada.
Estaba algo nervioso, la boca seca y un poco de intriga, así que agarré la jarra y tomé un vaso con agua.
Acto seguido; me levanté para tomar un libro y esperar. Al rato empecé a oír sonidos en la puerta de entrada.
Escuchaba como la puerta era abierta, así que sólo me puse a esperar para que el espectro se adentrara en mi habitación y hacerle frente.
Mientras permanecía esperando, podía escuchar los pasos como se acercaban cada vez más, subía por las escaleras y para mi sorpresa se escuchó una voz de hombre decir:
–Pisa con cuidado, no vaya a ser que se despierte–
Una vez ya en la puerta se escuchó decir de parte de una fémina:
–Espero que el pastel le guste a mi bebé–
De inmediato identifiqué ese tono de voz; era mi mamita.
Cada que cumplía años, mis papás iban a mi cuarto para despertarme con besos, abrazos y un pastel en sus manos.
Me felicitaban y yo era feliz con eso.
Cuando ya estaban dentro de mi habitación, empezaron a observar detenidamente el cuarto porque no me lograban ver.
Con lágrimas en los ojos y la voz algo quebrada les dije:
–Papá, mamá; aquí estoy–
Me levanté para que pudieran verme, estaba escondido al lado de la cama.
Papá y mamá caminaron hacia mi para darme un fuerte abrazo y felicitarme por un año más de vida, algo de lo que ellos carecían.
–Por fin vamos a poder descansar en paz–
Me dijeron, se dieron la vuelta, caminando hacia la puerta, mientras lentamente se iban desvaneciendo.
Años atrás, papá y mamá fueron a la pastelería para hacerse de un bonito pastel por mi cumpleaños, como ya era común anualmente.
En el viaje a su destino, sucedió una tragedia que les privó de vivir más y yo me vi obligado a irme a vivir con mis tíos.
En esta ocasión los logré ver otra vez, papá y mamá ya van a poder estar en paz para siempre.
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