Jikininki; la leyenda japonesa del devorador de cadáveres. |
Bienvenidos a un artículo más, ¡pero esta vez es una leyenda de terror!
Hoy toca leyenda japonesa, que hacía mucho que no escribíamos y ya lo echamos de menos.
Hoy les vamos a hablar de los Jikininki (食人鬼) también conocidos como fantasmas comedores de hombres. Son los espíritus de los humanos que han tenido un comportamiento inadecuado en vida. Una vez que se mueren están condenados a buscar y comer cadáveres humanos. En las leyendas occidentales encontramos una figura similar en los necrófagos.
Hoy les contaremos una historia del folclore japonés protagonizada por Musō Kokushi, un sacerdote perteneciente a la escuela Rinzai del Zen, un movimiento budista.
Musō se encontraba viajando solo por la provincia de Mino, una región montañosa y poco habitada.
Cayó la noche y se dispuso a buscar refugio. Al no encontrar ninguna casa por los alrededores para cobijarse finalmente optó por pasar la noche al raso.
Pero por suerte en el último momento descubrió en la lejanía una colina con una anjitsu, una pequeña ermita y se dirigió resuelto a pasar la noche allí.
El anciano sacerdote que habitaba allí, le contestó con malos modos que nunca recibía a nadie y lo mandó a la aldea que había en el valle, donde seguro que le acogerían.
Perplejo por el trato recibido, Musō hizo caso de las palabras del anciano sacerdote y se dirigió a la aldea, donde fue recibido con mucha hospitalidad en casa del magistrado.
Nada más entrar en la casa, en la habitación principal había muchas personas reunidas como lamentándose.
A Musō le dieron una habitación aparte para que pudiera descansar tranquilamente. Cerca de la medianoche, un joven entró en la habitación, le hizo una reverencia y le explicó que su padre había muerto hacía poco y que las personas que había visto en la habitación principal eran familiares y conocidos que habían ido a presentar sus respetos y a mostrar sus condolencias.
También le contó que tanto su familia como los vecinos partirían hacia la aldea vecina, pues según una antigua tradición de la zona, debían dejar los cadáveres solos.
En la casa donde quedaba el fallecido podían suceder cosas extrañas…
Musõ le dio sus condolencias al joven y sintió no haber sido informado antes, pues habría administrado el servicio al difunto antes de que todos partieran.
Le prometió al joven que se quedaría velando el cuerpo de su padre, ya que no tenía miedo en absoluto. Dicho esto los familiares del difunto partieron, una vez solo y después de realizar los rituales y plegarias correspondientes al cadáver, lo veló durante la noche. No había rastro de ningún peligro ni ruido extraño en toda la noche.
De pronto una extraña figura de gran tamaño y formas grotescas entró sigilosamente en la habitación. Musõ se quedó paralizado.
La extraña criatura parecía un cadáver en putrefacción, con garras y ojos brillantes. Levantó el cuerpo del difunto y lo devoró con avidez, comiéndose después todas las ofrendas. Una vez terminado su banquete macabro desapareció.
A la mañana siguiente el sacerdote esperó a los aldeanos delante de la casa. Al entrar no mostraron sorpresa al no encontrar el cadáver, no era la primera vez que sucedía.
Musõ contó lo que había visto, pero a nadie le sorprendió, pues coincidía con las historias que ya conocían, ¿el monje de la colina no solía realizar los servicios fúnebres para sus muertos?
Éstos, sorprendidos por las palabras de Musō, le contestaron que en la colina no había ninguna ermita y mucho menos un sacerdote viviendo en ella.
Musõ no respondió y quedó en silencio.
¿Un espíritu lo había engañado?
Se despidió de los aldeanos, lleno de dudas en su cabeza, partió de la aldea y regresó a la ermita de la colina. No le costó mucho esfuerzo encontrar el lugar.
El anciano sacerdote con el que habló la noche anterior salió a su encuentro, se inclinó y le pidió disculpas por los malos modales y por no haberle dado cobijo la noche anterior.
El anciano respondió que le avergonzaba terriblemente que lo hubiera visto en su verdadera forma, pues fue él quien devoró el cadáver y las ofrendas aquella noche.
Le contó a Muso como se había convertido en un jikininki, el espectro devorador de hombres, debido a que en vida había sido un mal sacerdote, pues no realizaba los rituales por los que se le pagaba como monje, ya que solo le interesaba el dinero.
Una vez muerto se había reencarnado en esta vil y deforme criatura como castigo a su conducta.
El jikininki le suplicó a Musō que se apiadara de él y realizara un sacrificio Ségaki, una ofrenda budista celebrada en honor de los espíritus hambrientos para conseguir el fin de su castigo.
Tras realizar la solicitud, el anciano y la ermita desaparecieron, dejando a Musō arrodillado ante una vieja tumba cubierta de musgo.
Comentarios