Dean Arnold Corll alias el Candyman
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Dean Arnold Corll alias el Candyman. |
Dean Arnold Corll, también conocido con el sobrenombre de “Candy Man” , fue un asesino en serie estadounidense, que junto a dos cómplices secuestró, torturó y asesinó al menos a veintiocho jóvenes entre 1970 y 1973 en Houston, Texas.
Nació el 24 de diciembre de 1939 en Fort Wayne, Indiana, Estados Unidos. Fue el primer el primer hijo de Mary Robinson y Arnold Edwin Corll.
Su madre era muy protectora, pero no así su padre, estricto y exigente con sus dos hijos, a los que frecuentemente castigaba.
Corll era un niño muy tímido al que le costaba relacionarse, aunque siempre se preocupó por el bienestar de los demás.
Las discusiones de sus padres se hicieron cada vez más frecuentes, por lo que decidieron divorciarse cuando él tenía siete años.
Después de esto su madre vendió la casa familiar y tras varias mudanzas se establecieron en Vidor, una pequeña ciudad al oeste de Texas.
Su madre volvió a casarse y junto a su nuevo marido abrió una empresa de golosinas en el garaje de su casa. Dean se involucró en el negocio de familiar desde el primer día y trabajaba día y noche desde que regresaba de la escuela. Allí era percibido como un estudiante disciplinado y generoso que solía regalar golosinas a sus compañeros.
El negocio familiar fue creciendo cada vez más, de modo que tras la graduación de Dean, la familia decidió mudarse de nuevo. El lugar elegido fue Houston Heights, un barrio de bajos recursos en la ciudad de Houston donde abrieron una pequeña tienda.
Durante su juventud, Dean nunca mostró ningún tipo de comportamiento extraño, de hecho; los vecinos hablaban de él como un chico ejemplar y amable que obsequiaba con dulces a los niños del barrio. Sin embargo, todo en agosto de 1964, cuando fue reclutado por el ejército de Estados Unidos.
Pronto manifestó su desprecio por el servicio, y a los diez meses solicitó una baja con la escusa de atender el negocio familiar, del que posteriormente fue nombrado vicepresidente.
Al regresar a Houston, retomó sus labores en la empresa y se mudó a un apartamento justo encima de la tienda. Fue en este entonces cuando su personalidad cambió drásticamente, volviéndose irascible y tétrico.
Con la excusa de los caramelos, Corll comenzó a pasar cada vez más tiempo con jóvenes adolescentes. En 1967 se hizo amigo de David Brooks, de doce años, uno de los muchos niños a los que les daba dulces. El núcleo familiar del joven estaba totalmente desestructurado y las atenciones de Corll pronto hicieron que se convirtiese en una especie de figura paterna para él.
Los oscuros instintos de Dean se desataron en septiembre de 1970. Jeffrey Konen, un joven de dieciocho años que hacía autoestop en la carretera se convirtió en su primera víctima.
Corll lo recogió y lo llevó a su casa. En el camino le regaló unos dulces y una vez en su domicilio lo golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente. Posteriormente lo ató a una silla y lo torturó durante varias horas, hasta que puso fin a su agonía golpeándolo en la cabeza hasta destrozársela.
Dean fue sorprendido por Brooks en medio de la carnicería. Logró chantajearlo para que guardara silencio, prometiéndole a cambio un automóvil Chevrolet Corvette. Era tal la influencia del asesino en el joven que logró llegar a un trato con él: le ofrecería doscientos dólares por cada joven que le llevase. Brooks aceptó, convirtiéndose desde ese momento en su cómplice.
El matrimonio de su madre volvió a fracasar y la familia cerró la compañía de dulces, por lo que Corll tomó un trabajo como electricista.
Su madre se volvió a mudar, esta vez a Colorado, y aunque se telefoneaban a menudo, nunca volvió a visitar a su hijo.
En 1971, David Brooks presentó a Elmer Henley a Dean Corll, quien también provenía de una familia humilde con problemas económicos. Dean decidió que podría ser un buen cómplice, y le ofreció de igual modo doscientos dólares por cada niño que pudiera traer a su apartamento.
Dados los serios problemas económicos de su familia, Henley decidió aceptar la oferta, aún sin saber muy bien las intenciones de Dean.
Dean llevó a cabo la mayor parte de sus asesinatos en los dos años siguientes. Todas sus víctimas eran adolescentes varones de menos de veinte años que vivían en los alrededores de Houston Heights.
Su modus operandi consistía en atraer a las víctimas a su apartamento por medio de sus cómplices. Después les ofrecía drogas y posteriormente los estrangulaba o les disparaba, no sin antes torturarlos.
Corll se volvió cada vez más cruel: les hacía cortes en el cuerpo, les partía los huesos a martillazos o los asfixiaba con bolsas de plástico, alargando la agonía de sus víctimas durante horas. Una vez asesinados, los cuerpos eran bañados en cal y cubiertos con láminas de plástico de las que ataba sus extremos, envolviendo a sus víctimas como a un caramelo.
Finalmente, los enterraba.
Sin embargo, todo se torció el ocho de agosto de 1973. Henley había llevado a un joven a casa de Corll, pero también había invitado a Rhonda Williams, una amiga suya de quince años.
Este se enfureció por haber traído a una chica a casa, pero Henley logró tranquilizarlo.
Los jóvenes siguieron bebiendo y drogándose hasta caer inconscientes.
Cuando se despertaron, se encontraron amordazados y maniatados. Corll amenazó a Henley colocándole una pistola en la sien, pero el joven volvió a calmarlo prometiéndole que participaría en la tortura de los otros dos, de modo que lo liberó.
Dean le ofreció un cuchillo de caza y le ordenó que cortara la ropa de Rhonda mientras él torturaba al otro joven. Pero éste se negó, y harto de sus carnicerías agarró la pistola de Corll y lo amenazó. Ambos forcejearon y finalmente le disparó en la cabeza, aunque la bala no penetró completamente el cráneo. Abrió fuego cinco veces más, hasta que el asesino se desplomó y se desangró.
Fue el propio Henley quien llamó a la policía y confesó no solo el asesinato de Dean Corll, sino también su implicación y la de David Brooks en la tortura y muerte de más de veinte jóvenes. Colaboraron con la justicia indicando la localización de varios cuerpos y ambos fueron sentenciados a cadena perpetua.
Fue así como el nombre de Dean Corll pasó a la historia como uno de los asesinos en serie más despiadados de los que tenemos constancia. Del mismo modo, ahora cobra sentido la advertencia de nuestros padres de no aceptar caramelos de extraños.